Como un teatro hecho para el oído, la emanación poética de ciertos textos se mueve dentro del oído ofreciendo su reinterpretación de sentidos sin barreras interiores.
Ingresé un poco tarde a la poética de Liliana Celiz, pues compré en su momento lo que es actualmente su tercer libro, “O elevación de vos o pensamiento”, inmediatamente me atrapó la espesura de su propuesta y la angulosidad con que enfrenta la disposición corporal de la escritura.
Leer en voz alta es un requisito general de la poesía, pero es especial en estos textos, no puede escapar la sonoridad de las “o”, en el título mismo de ese libro, pero podría citar varios, dije decir tu nombre de a dos veces, dice la autora, …como un dolor de no y no verte…, los artificios de esta escritura pedregosa expele su sentido, tocándonos imperceptiblemente al principio, y con fuerza después y para entonces ya te está consumiendo.
Desde entonces tengo todos sus libros, especialmente impactante: “¿De dónde vienes de mirar tus ojos padre?”; ya se sabe que la poesía deposita sus ecos eligiendo a las personas para los que fueron escritos, la poesía con su lenguaje cifrado se abre como una flor ante determinadas lecturas, o como una ortiga que aguijonea con su ácido, a ese libro lo tengo en especial consideración, por el trabajo de la palabra con que la autora nos desafía; este libro además, me ha producido una emotividad que se enciende y apaga con las afirmaciones y la preguntas y esa inminencia de la necesidad de una respuesta con que siembra su lectura.
En su último libro, “A los que fueron pájaros”, hay una marca de dolor, un trazo de dolor, una señal, como esos caracoles que dejan sus huellas y aún cuando no se los ve se sabe que han pasado por allí; un dolor que yo supongo Argentino pero que es universal, las desapariciones, las ausencias, los silencios, un grito callado, impotente, que no hay sonido que pueda suturar.
La poética de esta escritora despliega un sonido de luz y un sonido de oscuridad, son textos expuesto, aunque se resisten a prodigar su misterio a un conocimiento cualquiera que no se entregue a ese enigma y pretenda explicarlo; hay que lanzarse a estos textos, sin red, sin preámbulos, penetrar la obra sin la preocupación de la existencia; su lectura exige un trabajo minucioso en la detección de la coraza de la apariencia, exigiendo la reiteración de la lectura, en la que una y otra vez sentimos que estamos en el borde de una aproximación, como si fuéramos una sombra que se asoma a un resplandor que nos devorará.
Especialmente conmovedores, estos poemas serán leídos en las cavernas, junto con los de Borges y otros, cuando ya no exista el mundo como lo conocemos hoy, replico estas palabras de otro escritor que aprecio y conozco y que ha prologado los libros de Liliana Celiz, haciéndole justicia a la impecable textura poética de esta autora, me refiero al Doctor Roberto Ferro.
No puedo contener el impulso de transcribir uno de los poemas que más me impresionaron.
Las vajillas veloces de la pelvis
mi padre no tenía ¿Qué es eso,
eso, eso, qué es eso que se tiene y no se dice?
se maldice y qué mi padre ha dado a luz
a sus cuchillos en rompimiento fugaz
del calzoncillo sordo del mayor
(el rifle mata)
y qué mis adulterios de mi padre,
los sólidos pedazos de su carne
entre los frutos más jugosos de los platos
/nuestros,
darán sus nombres de a patadas, por lo único
mujer de que se existe
y dónde mi rincón a cuestas, mi escondite
y dónde el lagrimal que salta, desorbita.
Los álgidos terruños de la ausencia
y dónde mi escuadrón de los muertitos
y el ángel que la guarda pone y no se ve
y te irrita ¿Qué guarda? ¿Qué guardita?
y qué la gente ríe padre, ríe y de qué ríe
¿La gente de mi padre ríe?
yo escucho su angulón serrucho
y el miedo me tapona la tablita
de mi mini mini mini pollerita,
porque él llora
y la gota existencial de sus ausencias lo devora
y yo qué hago, yo qué hice
si yo sólo solamente mento quise
articular el movimiento al infinito/
río de mi sexo
en seculares ondas padre, padrecito
y lo cito es lo no existo
en el plano más carnal de la existencia,
la no esencia.
Liliana Céliz es una poeta de esencia, de carne y palabras expuestas, de alta y precisa literatura.
Creo que soy una privilegiada en presenciar en primera fila el vuelo poético de esta autora que escribe bajo una atmósfera superior, conmovedora, versátil, perturbadora e incisiva.